4. Cadáver

Nota: Policialmente INcorrecto no necesariamente sigue un orden para entender el relato, pero sí para conocer a los personajes y seguir la historia, por lo que sugerimos leer los capítulos previos.

(Relato de ficción. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia). 

La casilla emanaba un olor nauseabundo, tanto que desde la tranquera ya se podía percibir que el aire perfumado por los eucaliptus y los paraísos estaba enrarecido.

Más acostumbrado a la vida de campo que a la policial, Ramírez golpeó las manos a la espera de que alguien lo atienda. Rafa lo miró exactamente como podría haberlo hecho Soria, con una mezcla de asombro y desdén.

-¿Qué hacés, salame?- preguntó el cabo y, anticipándose a la respuesta del joven oficial y trepando por encima de la tranquera.

-A ver, a ver, dejen trabajar- indicó Ramírez tratando de disimular su inexperiencia. La gente se agolpaba detrás de ellos y en al alambrado que rodeaban la propiedad del viejo Baigorria. Al parecer, era más poderoso el morbo que la podredumbre que arremetía cada vez que la brisa cambiaba de dirección.

Ambos policías avanzaron en fila entre los pastizales de medio metro de altura que evidenciaban un alto grado de dejadez o abandono. Conforme se acercaban a la casilla de chapa y madera sin ventanas, el olor ganaba más y más presencia. Ramírez comenzó a sentir una molestia que se iniciaba en la garganta y concluía en el estómago, o viceversa. Inmediatamente después, un provecho preanunció las arcadas que no tardaron en hacerse presentes.

-¡Estás pálido, Ramírez! ¿Te sentís bien?- fueron las palabras del cabo Negrete cuando volteó a ver a su compañero y recibió una catarata de vómito que le cubrió el pecho. Rafa adelantó su mano en un intento de frenar la arremetida interior del oficial, pero fue totalmente en vano.

-¡La puta que te parió Ramírez! ¿No podés apuntar para otro lado?

El joven oficial no podía nada. Su frágil cuerpo se contorsionaba y lanzaba líquido como si se tratara de una manguera a presión sin gobierno.

-Esperame acá que entro solo- fue la orden de Rafa justo antes de avanzar hacia a la puerta. Fastidioso, la pateó con fuerza. Tanta que la arrancó con marco y todo.

-¡Está muerto, está muerto!-empezó a gritar una vieja y los murmullos, alaridos y llantos se fueron haciendo eco entre las no más de veinte personas reunidas del otro lado de la tranquera. De eso a exigir la cabeza del culpable, fue cuestión de segundos.

El vaho sacudió a Rafa, que inmediatamente se cubrió la nariz con un pañuelo. El ambiente era pequeño, así que no tardó demasiado en hacer un inventario de todo lo que había allí: piso de tierra, un camastro, una vieja TV de 14”, una silla desvencijada, una mesita con cinco o seis cartones de vino vacíos y claro, el cadáver ya consumido en parte por gusanos y moscas. Antes de retirarse, prendió la linterna del celular y observó allí donde la luz del sol que se colaba por la entrada no alcanzaba a alumbrar. Así comprobó que no había indicios de violencia, a excepción de los arañazos del lado interior de la puerta que lo dejaron pensativo.

-¿Y?- fue todo lo que pudo articular Ramírez no bien lo vio salir.

-Muerte natur…- apuntó Rafa sin llegar a terminar la oración.

El joven oficial escupió una mezcla de moco, saliva y vómito, dio media vuelta y se apuró para anticipar la noticia a los civiles reunidos frente a la casilla. Entre la gente ahora estaba también el cronista del canal de cable local que él mismo se había encargado de llamar no bien Soria les asignó la investigación.

-A ver, a ver, hagan lugar a la prensa que está trabajando- fue la indicación para asegurarse una buena cobertura cuando diera la noticia del deceso. -En el día de hoy, alertados por la desaparición de Francisco Baigorria, más conocido por todos como el viejo Baigorria o Baigorrita, nos apropiciamos en el domicilio. Efectivamente, se procedió al registro minucioso y exhaustivo de la propiedad, constatando la existencia de un cadáver. Todo indica de que se trató efectivamente de una muerte natural, pero esperamos las pericias para determinar la hora y las causas de la defunción. Por el momento, no disponemos de más información… Oficial Ramírez, para servirlos- concluyó saludando a la audiencia.

El cabo Rafael Negrete se acercó a la muchedumbre que rápidamente lo abordó con intención de conseguir algún dato más. Y con su uniforme todavía empapado en vómito, habló a cámara.

-La información suministrada por el oficial no es del todo correcta- decía ante la mirada sorprendida de los presentes, incluso del propio Ramírez. -Luego de la investigación ocular, se encontró un cadáver dentro de la propiedad; pero no es Baigorrita, sino Chicho, su perro. Todo indicaría que el viejo se fue y lo habría dejado encerrado por descuido o porque esperaba volver pronto. El pobre bicho murió arañando la puerta. Ahora vamos a ordenar una búsqueda para determinar el paradero de Baigorria, ya que según se nos informara estaría desaparecido hace más de veinte días. Es todo, gracias.- concluyó Rafa. Después se acercó a Ramírez y sujetándolo del cuello con una sola mano, le susurró al oído: -La próxima que te hagas el vivo, te mató-.

 

2. Misión secreta

(Relato de ficción. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia)

 

-Che, ¿alguien sabe dónde está Soria?- arrojó Ramírez dentro de la comisaría como quien dispara al aire.

Los integrantes de la fuerza allí presentes: Anita, Rafa y el Negro, lo miraron de forma extraña, indescifrable para un joven e inexperto oficial. Apenas en Anita se notaba una cierta vergüenza que la hizo sonrojarse, pero siguió concentrada en su máquina de escribir y la denuncia del jubilado que hablaba sin parar del otro lado del escritorio.

-¡Pero son las dos de la tarde! ¿Cómo no está Soria, con todos los quilombos que hay acá?- repreguntó con una gran dosis de imprudencia.

-¡Bajá la voz, pelotudo!-, lo frenó en seco el Negro, mientras le apretaba el brazo con fuerza. O intentaba, porque la exagerada delgadez de Ramírez apenas le ofrecía piel y hueso para sujetar. -El Comisario Soria está atendiendo un asunto acá a la vuelta, en lo de la viudita Schäefer- continuó llevándose el dedo índice a los labios en señal de silencio.

-¿Qué, se está cogiendo a la aleman…?- La silueta de Soria en la puerta de la comisaría interrumpió la pregunta con la misma potencia con que cambió el semblante de Ramírez, que pasó de la sonrisa pajera adolescente a la seriedad de ultratumba. De repente su tez trigueña se alimentó del pavor, empalideciendo fuera de toda posibilidad lógica.

El paso del comisario hacia su despacho, seguido por esa atmósfera de tabaco que lo acompañaba cual sanguijuela, fue tan fugaz que apenas el humo del cigarrillo hizo notar su presencia. Eso y el inmediato -¡Ramírez, vení!-.

Rafa y el Negro se miraron y largaron una carcajada al unísono. El viejo y Anita la contuvieron, pero no pudieron disimular la sonrisa. Ramírez atinó sólo a persignarse, aún cuando su creencia no llegaba más allá de la adoración al Gauchito Gil promovida por su tío, cabo retirado de la policía de Colonia Carlos Pellegrini, Corrientes.

El joven oficial cubrió la distancia hasta el despacho con la pesadez del condenado. Arrastraba los pies en vano intento de aletargar los sucesos. Se preguntaba si el comisario lo habría escuchado. Era difícil, pero imposible  saberlo a ciencia cierta.

-Vení, querido- largó el obeso comisario con una mezcla incierta de ironía, condescendencia y cariño condimentado con repudio. Ni Soria podía explicar bien el sentimiento que tenía hacia el pibe nuevo. -Cerrá la puerta. Tengo una misión importante para vos- continuó ante la mirada atenta de su interlocutor.

Ramírez se entusiasmó. Tanto que enseguida enderezó sus hombros, levantó la vista y sacó pecho, olvidando la posible metida de pata de hacía unos segundos.

Después del éxito en la resolución del caso del barrio cerrado, una nueva misión significaba un desafío para su inexperiencia pero, sin dudas, era una oportunidad que no iba a dejar pasar. Además la palabra “importante” implicaba una confianza en su capacidad por parte del jefe. Automáticamente y con un brío casi incontenible, se sentó en una de las dos sillas de cuerina ajada a la expectativa de la orden.

-Te vas a la pizzería de enfrente de la plaza y me traés una calabresa. No te distraigas con nada y vení rápido que ¡tengo un hambre! ¿Se entendió? ¡Calabresa!, la que viene con cantimpalo- aclaró Soria sabiendo a quién le impartía la orden.

Ramírez se levantó presuroso pero con una sensación desagradable que le hormigueaba el cuerpo. Cuando estaba a punto de atravesar el umbral de la puerta del despacho, la voz del comisario lo frenó.

-Ah Ramírez, lo de la alemana es un secreto.