¿Feliz? día de los enamorados!

¿Querés que te diga la posta? Y yo no sé si quiero volver a enamorarme. Mirá, ya sufrí mucho por amor. Si tenés algo de tiempo, te cuento.

De chiquito, nomás, me enamoré de mi maestra (¡espero que no lo lea porque me muero! Les pido discreción). Por supuesto, como era de esperar, no fui correspondido más que con “muy bienes” y unos cuantos “sigue así” que yo no sabía si se referían a que siga embobado o a otra cosa.

A partir de ahí, fui hilvanando sinsabores amorosos. Y no me vengan con eso de mala suerte en el amor, buena suerte en el juego porque ¡son puras habladurías! Me das vuelta y no se me cae una moneda.

Como decía, después de aquel amor de guardapolvo blanco, vino mi compañerita de séptimo, esa que me buscaba y yo, por vergüenza, no le di bola. Ahora que lo pienso tal vez si me hubiera animado, cambiaba el rumbo de mi vida a nivel amoroso, ¿no?

En el secundario me enamoré en serio y ella también. Pero de otro. Yo adentro del aula remaba más que Alberto Demiddi. Dale que te dale haciendo chistes, prestando útiles y la tarea; pero, claro, cuando tocaban timbre venía el flaco de quinto (dos años más grande) con su motor fuera de borda y me dejaba como DiCaprio, agarrado de una tablita y tiritando.

Después me tocó al colimba. Los milicos me hicieron amar por igual el barro y la limpieza. Por un lado me tenían meta cuerpo a tierra y por el otro, barriendo y fregando. Nunca entendí mucho este contrasentido, pero yo obedecía. En algún punto, las noches sin dormir en la garita, se parecían a las que me desvelaba pensando en algún amor no correspondido.

Cuando me largaron (sí, de la colimba te largaban), yo estaba hecho una furia, con la testosterona en ebullición. Digamos que en esa etapa no puedo hablar de amor precisamente. Era todo palo y a la bolsa. ¡Había que recuperar un poco el tiempo perdido!

Después, entré a la facultad. Y sí ligué, ¡era arquitectura! Que juntarnos para estudiar, para hacer alguna entrega en grupo. Y ahí había dos que me quitaban el sueño. No, dos mujeres no. Uno era el titular de la cátedra “Cálculo”; mamita, no se ni cuántas veces la rendí. La otra sí era una chica. Rubia, con el pelo lacio y largo diez centímetros por debajo de los hombros. ¿Se acuerdan de Bo Derek? Sí, ya sé que estoy un poco pasado ya y podría haber puesto un ejemplo más actual, pero esta chica era Bo Derek, con el pelo, los ojos celestes y ese cuerpo que infartaba. Era “la chica 10”. Y yo, Dudley Moore. Sí, amigos, no salí muy agraciado. Y por supuesto, corrí al misma suerte que el protagonista de la película.

Así seguí unos años, casi les diría saliendo más con lo que podía que con lo que quería. Hasta que conocí a Paula. Sí, y me casé recontra enamorado. Primero nos mudamos juntos, vivimos en un departamentito chiquito un par de años, viajamos un poco. Y después llegó el perro (Roco), Camila (mi hija más grande), Federico (el del medio), Paulita (la más chiquita) y el divorcio. Y el reparto de bienes. Ah, no sé si les dije, pero Paula es abogada. ¡Y muy buena! ¡Demasiado!

Se imaginarán que después de eso quedé medio curado de espanto. Ahora le doy al tinder y happn sin parar. El amor después del amor es solo cosa de Fito Paez. Yo, la verdad qué querés que te diga… Si hasta el club de mis amores me dejó con sinsabor enorme con el 1-3 en el Bernabeu. A ver pará, pará. Pará que tengo un match. Uy, pero qué linda. No, no te puedo creer, ¡mirá lo que es esta mujer! ¡Me encantó! Y a sólo 3 kilómetros. Me enamoré.

 

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Costa Rica, para visitar y agradecer.

Entre verdes y azules de una vastedad enorme, Costa Rica deslumbra al turista y le da una lección de ecología al mundo.

Casi con seguridad, Costa Rica lo recibe a uno con un “pura vida”. La frase que curiosamente pertenece al cómico mexicano Clavillazo (Antonio Espina y Mora), quien en 1956 estrenó sin demasiado éxito un filme con ese nombre, identifica a los “ticos” desde entonces. La misma no tiene un solo significado, puede usarse en lugar de hola, adiós, que te vaya bien, disfruta la vida, todo bien y vaya a saber uno cuántas cosas más. Lo cierto es que si nos ajustamos a su significado literal, encaja a la perfección con lo que es Costa Rica y de ahí que el ICT (Instituto Costarricense de Turismo) lo haya adoptado como slogan.

Lo segundo más escuchado y en estrecha relación con lo anterior, seguramente sea la palabra “biodiversidad”. Debo confesar que primero me llamó la atención y hasta la recibí con cierta incredulidad, pero con el correr de las horas plantas, flores, animales, insectos, etc. parecieron complotarse para no sólo arrojar certeza a la misma, sino también para que yo pudiese comprender la verdadera dimensión de lo que significaba estar en este maravilloso país que, en 51.100 km2 (casi como Jujuy), alberga un 5% de la biodiversidad mundial.

 

De costa a costa

Costa Rica tiene algo que es maravilloso: uno puede amanecer y bañarse en las aguas del Atlántico y por la tarde estar buceando en las del Pacífico. Claro que para eso se tendrá que emprender el viaje por ruta, en la cual no sólo es imposible superar los 80 km/h sino que es probable se vaya a mucho menos que eso; así que las distancias no hay que tomarlas como acostumbramos. Además, ese viaje de una costa a otra implicará atravesar la cadena montañosa que, no sólo contiene 112 volcanes (5 activos) y divide el país por completo de norte a sur, sino que permite en días diáfanos apreciar ambos océanos. Otra posibilidad para vincular las aguas que bañan este país es sumarse a la atractiva propuesta que impulsa una ONG: “El camino de Costa Rica del Atlántico al Pacífico” (ver aparte).

La costa del Pacífico tiene una dimensión de 1.016 kilómetros, así que las posibilidades de playa están garantizadas. Allí los exclusivos resorts abundan tanto como la fauna, los manglares e incluso los colores del mar y la arena que van del negro al gris perla y del dorado al blanco. Pero nuestro viaje nos deparó una única escala en el Pacífico: Puntarenas.

 

Puntarenas y las historias de presos

La ventaja de Costa Rica, como dije, es la cercanía de todo. Es tener el bosque, la playa, el campo, la montaña, los volcanes, el calor, el fresco, todo a mano.

De esta forma, no resulta extraño pasar en 45 minutos de los 35 msnm (metros sobre el nivel del mar) de la ciudad marítima de Puntarenas a los 1.800 msnm de Montes de Oro, con el consiguiente cambio en la temperatura.

Puntarenas está a sólo 98 km de San José, por lo que es uno de los destinos elegidos por los habitantes de dicha capital para el desenchufe de los fines de semana y parada obligada de los cruceros que navegan por el Pacífico. La ciudad se distingue por las construcciones bajas (son pocos los edificios altos en el país) y el aire de mar que indefectiblemente conduce a uno hacia el malecón, que tiene al faro, restaurantes y bares de alrededor como anzuelos naturales. Allí degustar un plato de arroz con camarones y una cerveza escarchada, para después deleitarse con una caminata con la noche y el mar de testigos, pueden resultar un plan simple e inolvidable.

A apenas media hora de navegación en lancha desde Puntarenas se llega a la Isla San Lucas, lugar donde funcionó una prisión de máxima seguridad desde 1873 hasta 1992, año en que se cerró por su extrema crueldad y olvido de losderechos humanos. Por aquel entonces las aguas del Golfo de Nicoya estaban infestadas de tiburones que incluso eran atraídos por los guardia cárceles con comida y sangre. Hoy recorrer los 3 kilómetros que separan la isla de la costa es mucho más placentero y casi con seguridad depara el encuentro con amigables delfines. También es posible desembarcar en el muelle de la prisión y transitar la “Calle de la amargura” (calle de ingreso) sin la pesada carga de las bolas de acero y los grilletes de los condenados. Desde allí se puede llegar hasta los calabozos o pabellones y deambular entre historias como la de José León Sánchez, que llegó analfabeto y terminó escribiendo “La isla de los hombres solos”, donde narra la vida en esa cárcel que lo contuvo durante 30 años siendo inocente.

La prisión se encuentra en litigios para culminar su restauración, pero así y todo se puede apreciar un poco de lo que significó estar encerrado allí. “El hueco”, un agujero de unos cuarenta centímetros ubicado en el patio, alberga por debajo un recinto de nueve metros de diámetro donde la temperatura alcanzaba los 60ºC. De más está decir que casi en el cien por cien de los casos acababa con la vida de quien era castigado allí. Aún hoy se pueden apreciar también las inscripciones de los convictos en las paredes de los pabellones, donde destacan pinturas como la de Pelé, las de contenido sexual o “La chica del bikini rojo”, hecha con sangre de una enfermera asesinada por los mismos reos (esta versión no está del todo comprobada).

La isla San Lucas cuenta también con sitios arqueológicos indígenas, una enorme biodiversidad y playas, donde paradójicamente hoy se puede pasar el día y disfrutar del sol, el mar y la libertad.

 

Miramar y un viaje al pasado

El Cantón de Montes de Oro (las provincias se dividen en cantones y éstos en distritos) alberga el distrito de Miramar, que ostenta gran parte de la historia de la zona. Asentamientos indígenas, colonos, fiebre del oro y otras cuestiones se adivinan en edificios como la iglesia (hoy patrimonio histórico-arquitectónico), casonas antiguas y, por supuesto, minas.

Uno de los imperdibles de Miramar es la posibilidad de observar el Golfo de Nicoya en toda su extensión, lo que explica el nombre del distrito. La zona es además un punto de partida para, en pocos kilómetros, realizar turismo rural y aprender acerca de cultivos orgánicos (incluso algunos que utilizan el guano de murciélagos como fertilizante natural), la importante producción de café o interiorizarse sobre las plantaciones de caña de azúcar y el uso del trapiche para la elaboración, entre otras cosas, de miel de caña o “tapa de dulce” (el jugo de caña cocido y solidificado) que, rallada y con agua o leche, forma parte de la dieta de los “ticos”.

Otra de las posibilidades del cantón es hospedarse en algunos de los rústicos lodge, entregándose al pasado (olvidando el wi-fi entre otras cosas) y, por ejemplo, disfrutar del arrullo del viento por la noche o despertar entre las nubes (literalmente) para luego descubrir incontables orquídeas, plantas, insectos y aves en mágicos senderos que fluyen dentro del bosque nuboso, como me sucedió en Las Colinas Zapotal Lodge.

 

El Volcán Irazú y Turrialba

El viaje me deparó un breve paso por el Parque Nacional Volcán Irazú, donde se pueden apreciar el cráter Diego de la Haya, el cráter principal y hasta transitar por el área de Playa Hermosa, una terraza de origen volcánico que, sin dudas, hace a uno sentirse realmente pequeño. Desde los 3.432 metros de este volcán se pueden observar, si las condiciones climáticas lo permiten, la costa caribeña o el Volcán Turrialba, que registraba una importante y temida actividad al momento de mi visita.

En el cantón de Turrialba, además del volcán, se encuentra el Cerro Chirripó (3.820 m), el más alto de Costa Rica y el río Pacuaré que deslumbra por su belleza y atrapa a los amantes del rafting, ya que ha sido reconocido como uno de los cinco mejores del mundo para la práctica de esta actividad. Ah y claro, el Wahelia Espino Blanco Lodge, donde sólo tuve la oportunidad de almorzar pero alcanzó para descubrir que se trata de un magnífico lugar. Con apenas 10 bungalows súper confortables y a tono con la naturaleza y su conservación, rodeado de 32 hectáreas de vegetación y fauna exuberantes que incluyen además una cascada propia, este lugar mágico invita a quedarse entre verdes y sonidos únicos.

El Wahelia Espino Blanco ostenta con orgullo su Bandera Azul Ecológica (5 estrellas), un galardón que reconoce anualmente a los emprendimientos y playas de todo el país que cumplen con exigentes parámetros, en pos de asegurar la salud pública y la actividad turística.

 

La reflexión antes de Ujarrás y Orosí

A esa altura de mi viaje, entendía que la riqueza de Costa Rica va más allá del típico circuito turístico de playas. Sin dudas, una buena opción para visitar este país es alquilar un auto y armarse un itinerario a gusto propio, recorriendo con tiempo y descubriendo que la pasión por el fútbol se traduce en innumerable cantidad de canchas a cada paso. O descubriendo que una Soda no es una bebida, sino un restaurante al costado del camino que ganó su nombre por los norteamericanos que concurrían sedientos a pedir “soda” (gaseosa) después de largas jornadas de trabajo. Y que un “casado”, más allá del que se encuentra en matrimonio, es un plato de carnes con acompañamiento. Todos pequeños detalles que resaltan aún más cuando se suman a la hospitalidad tica y a ese interés por hacerlo a uno sentir cómodo en todo momento. Justamente lo que me esperaba en Ujarrás, donde se pueden visitar las ruinas de la Iglesia de la Inmaculada Concepción, la primera de Costa Rica (1693) y, en abril, participar de los festejos en honor de la Virgen del Rescate. Allí tuve la oportunidad de percibir la calidez de la gente del lugar y de pueblos vecinos como Orosí y Cartago, como así también de deleitarme con panorámicas de las ciudades entre montañas, nubes y ríos desde los miradores de Ujarrás y Orosí. En ese sentido también tuve lo que podríamos llamar una “función privada” desde el balcón de Rinconcito Verde, una casa de familia devenida en hotel que ofrece vistas únicas, acompañadas de ese calor de hogar que las vuelve inolvidables.

A pocos kilómetros de Orosí se encuentra el Parque Nacional Tapantí, una reserva natural de 58.500 hectáreas. El lugar registra precipitaciones anuales de hasta 8.000 mm, por lo que es probable que la visita depare algo de agua (sobre todo de mayo a octubre). La lluvia y los ríos que alberga esta reserva aseguran una biodiversidad que incluye más de 260 especies de aves, 45 de mamíferos (la danta –tapir-, el tepezcuintle, felinos como el manigordo, el león breñero y el tigrillo, el mono carablanca y más), además de 56 especies de anfibios y reptiles. Una visita imperdible para quien gusta pasar una tarde descubriendo especies únicas y disfrutar de senderos y descansos con comodidades para hacer pic-nics y asados.

 

Caribe, irresistible Caribe.

Decir Caribe, ya implica un atractivo especial para los argentinos, aunque este sentimiento no es exclusivo de quienes habitan nuestro país. El Caribe atrae, excita, cautiva, con sus arenas blancas (aquí también las hay doradas y negras) y sus aguas azules, turquesas, verdes, pero, fundamentalmente, cálidas.

En el Caribe sur costarricense, nos encontramos con una extensión de unos 12 kilómetros en los que se suceden cinco playas bien delimitadas: Puerto Viejo, Cocles, Chiquita, Punta Uva y Manzanillo.

La experiencia comienza en Puerto Viejo. Se trata de un pequeño pueblo con ciertos aires hippies y surfers (algo que se extiende a las otras playas), con una pequeña ruta de ingreso que continúa hasta Manzanillo. Si bien se percibe como un lugar tranquilo en esta época del año, permite adivinar el bullicio y la diversión de la temporada alta, que se concentra básicamente en el centro y unas dos o tres cuadras alrededor. Allí se ubican la mayor cantidad de comercios: tiendas, bares estilo playa para disfrutar de un 2×1 en happy hour o un clásico “refresco” de papaya o piña y locales de alquiler de bicicletas. Más allá se irán sucediendo algunos restaurantes y varios hoteles que, mayormente, se integran al paisaje y permiten experiencias únicas como despertar con el sonido de los monos aulladores que sorprenden con una voz demasiado grave para su pequeño cuerpo.

Volviendo al tema bicicletas, son en esta zona el medio de locomoción por excelencia. Es común (y práctico) alquilar una y lanzarse a la aventura de ir recorriendo esos 12 kilómetros en los que se distribuyen las playas y descubrir sus características propias. Es cierto que hay casi un denominador común en ellas: a todas, en mayor o menor medida, se accede a través de vegetación con verdes exultantes y senderos donde lo clásico es toparse con cangrejos. Estos crustáceos abundan en serio, tanto que es común por las noches verlos atravesando la ruta y detenerse encandilados por las luces del vehículo.

Otro denominador común en estas playas son las rocas, aunque no es complejo ni requiere grandes esfuerzos encontrar una zona liberada para disfrutar de las olas que, por cierto, tienen a los surfers entre sus grandes amantes. En Puerto Viejo y otras playas se pueden encontrar lugares de enseñanza y alquiler de tablas para iniciarse en este deporte.

 

Cahuita, oro verde.

A 15 kilómetros de Puerto Viejo, en dirección hacia el Norte, se encuentra Cahuita, que merece un párrafo aparte. Este Parque Nacional de 55 mil hectáreas de ambientes terrestres y marinos protegidos y 600 hectáreas de coral, es ideal para la práctica de snorkeling y buceo, muy populares cuando el agua está calma y hay buena visibilidad.

En este lugar protegido, la fauna y la flora abundan y es posible vivirlas de manera increíble a través de senderos y playas a los largo de 7 kilómetros de costa, en los que se ve y escucha de todo: monos, perezosos, cangrejos, insectos de todo tipo y más. Pero lo que más sorprende es hallar durante el recorrido pequeños piletones de donde emanan burbujas en forma permanente, testigos de la existencia de petróleo en la zona. Y digo sorprende, porque para alegría de todos después del hallazgo en 1910 y hasta el día de hoy, Costa Rica privilegió su riqueza natural y la conservación de la fauna y la flora por encima del preciado oro negro. Algo que enorgullece a los ticos que, verdaderamente, nos ofrecen una verdadera lección de ecología.

Praia do Forte: playa, naturaleza y disfrute.

Praia do Forte, un pequeño pueblo de pescadores del estado de Bahía, recibe hoy a ballenas, tortugas y miles de turistas que viajan en busca de las placenteras y templadas playas brasileñas.

Apenas arribamos al Aeropuerto de Bahía, nos pusimos a tono con el talento bahiano. No hablamos de una virtud (o sí), sino más bien del “ta lento”, una característica que distingue al habitante del estado de Bahía respecto del resto del país y que tal vez por nuestra llegada a las 3am, con el consiguiente cansancio, también se hizo propia.

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Jamaica, donde sentirse bien es ley.

Jamaica: sol, playas, cascadas y todos los condimentos para disfrutar de esta isla caribeña considerada la capital del reggae.

Inevitablemente, pensar en Jamaica me trasladaba a la cuna del reggae. Es cierto, también me remitía a Usain Bolt que me recuerda mi pasado en el atletismo, mucho más modesto que el de la megaestrella de los 100 metros llanos por supuesto. Después, inmediatamente después, al Caribe, ese mar que deleita y deslumbra en cada arena que se posa. Podría asegurar que hasta ahí llegaba mi escaso conocimiento de esta isla, que casi se asemejaba al de miles de cruceristas que suelen desembarcar fugazmente en esas tierras.

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Soplón.

“Dejámelo ahí”, dijo La Hiena casi sin levantar la vista, concentrado en el ir y venir de la hoja sobre la piedra.

Los dos tipos corpulentos y de negada destreza lo abandonaron sobre la silla y se perdieron en la oscuridad del galpón. La negrura espesa del lugar se rompía apenas por la lámpara que guiaba los movimientos del cuchillo y un hilo de luz que, colándose por un agujero en el techo de chapa, endiosaba al pobre diablo amordazado y abatido que de tanto en tanto emitía un resoplido, exhibiendo su dificultad para respirar.

“¿Sabés quien soy yo?”, lanzó al aire comenzando un diálogo imperfecto, dado que su interlocutor no tenía fuerzas para pensar siquiera una respuesta. Acto seguido se paró enérgicamente, caminó hasta el cuerpo inerte con movimientos descoordinados y excesivos, como si su cuerpo sufriera espasmos involuntarios.

Y después de alzar la cabeza vencida de la víctima sosteniéndola desde la papada, impostó la voz y gritó “¡Ser o no ser, esa es la cuestión!”. Cuando la soltó, la cabeza volvió como un resorte, a rendirse sobre el esternón. “Hamlet, William Shakespeare”, vociferó con pésima pronunciación para después aplaudir golpeando una palma sobre el puño cerrado alrededor del cuchillo.

“Aplausos, más aplausos. Gracias, gracias”, dijo con la mirada perdida. Sus ojos insuflados por algún estupefaciente solían ausentarse con frecuencia, aunque él mismo aseguraba que siempre estaba observándolo todo, que podía mirar la nada y trascenderla.

“No te vi aplaudir a vos, ¿puede ser? Creo que me merecía el reconocimiento, pero bueh, tendrás tus motivos”, le apuntó desafiante con el cuchillo. “!La Hiena! Ese soy yo. ¡Yo soy La Hiena! ¿Por qué? ¿Querés saber por qué?” Se abrió la bragueta, sacó su miembro y comenzó a orinarlo. “Porque yo agarro lo que queda. Y porque no hay nada peor después de mí”.

Se quedó pensativo un rato, como buscando las palabras, mientras iba creciendo el charco de orina en el piso.

“¡Bah, después de mí no hay nada! A ver un chorrito más. Siempre queda un poquito más, ¿viste? Ahora sí, ya está.”

Guardó su miembro y comenzó a caminar en círculos alrededor de la víctima. “¡Ricardo! ¿Te gusta? Te voy a llamar Ricardo Raúl, como Alfonsín. A ver Richard, sin repetir y sin soplar, cagadas que te mandaste…” Y mientras esperaba una respuesta que nunca iba a llegar, repiqueteaba con el pie sobre el piso.

“Okey, sos discreto. Está muy bien eso… pero te tendrías que haber acordado antes. Ahora hay mucha gente complicada porque vos abriste la boca. ¿Qué loco, no? Boqueaste y ahora sos incapaz de decir algo. Con lo buen orador que eras, Ricardo Raúl. ¿Te acordás de tu discurso del 83?” El haz de luz que se colaba por el techo lo distrajo de su faena. Empezó a jugar con el cuchillo, interrumpiendo el paso de la luz y haciendo sombra sobre el cuerpo de su víctima.

“Pero la cagaste Richard. Mandaste en cana a gente importante. Decí que estoy yo para arreglarlo. ¡Es una lástima! No te conozco, pero me caés bien. Siempre me cae bien la gente que deja hablar, que no interrumpe, que es respetuosa. La cagaste, me entendés. Pero no te preocupes que para eso estamos acá, para solucionarlo”. Y acercando el cuchillo al cuello del pobre tipo, continuó: “Sí, solucionarlo… porque la hiena rompe, pero arregla. Muy loco ¿no?, rompo, pero arreglo”.

San Rafael, pasión de multitudes.

La ciudad de San Rafael (Mendoza) hace un despliegue de atributos tan grande que es imposible no enamorarse.

Por Esteban Goldammer / @testergourmet

Si uno viene desde mendoza por la ruta nacional 40, bien vale la pena hacer el desvío a la altura de El Sosneado, por la 144, para llegar a San Rafael. Y si no, esta ciudad (la segunda en importancia de la provincia) amerita tomarse unos días, armar la valija y viajar a explorar sus rincones, disfrutar de los paisajes, la aventura y la gastronomía acompañada de sus fantásticos vinos.

Pero vamos por partes, primero creo que es preciso aclarar el porqué del título de la nota. Y es que a lo largo de nuestra estadía de cinco días, hubo un denominador común en la gente: la pasión. Podríamos decir amor, sí, por su ciudad, por su particular clima, por los frutos de esa tierra que demanda un especial cuidado del agua, por los emprendimientos desarrollados desde cero o que se mantienen de generación en generación. Sí, podríamos decir amor, pero va más allá: es pasión. Y con gusto nos dejamos contagiar de ella.

Aire de pueblo

Quizás sean las acequias que acompañan el trazado de la ciudad (heredadas de los huarpes) y ese murmullo del agua corriendo lo que acentúe esa tranquilidad que se respira en el aire de San Rafael. Tal vez sea el clima seco y esos trescientos días de sol que el sanrafaelino se vanagloria de tener, al punto de bromear con la fortuna que uno tiene si logra ver el paisaje nublado o con lluvia. Posiblemente sea una conjunción de lo anterior sumado a la personalidad de su gente. El hecho es que en San Rafael parece reinar la paz. Construcciones bajas, avenidas y calles anchas, espacios cuidados y limpios, nos recibieron en nuestro primer acercamiento que, como no podía ser de otra manera, incluyó el paso por la Plaza General San Martín y el Parque Hipólito Yrigoyen.

La primera es la plaza principal de la ciudad y fue construida en un espacio verde donado por Rodolfo Iselín, francés que estableciera a finales del 1800 la colonia que dio origen a la ciudad. La misma fue renovada en 2010 y en torno a ella se encuentran el Palacio Municipal y la histórica Catedral de San Rafael. Continuar leyendo “San Rafael, pasión de multitudes.”

Las 5 claves para armar la valija.

Publicada en BigBangNews.com

 

Pará, pará, pará (estilo Fantino), ¿en serio creés que te voy a dar consejos para armar una valija? Nah, boludeces, no. Te vas de viaje, ¡todo lo demás es anecdótico! Si además hasta cabe la posibilidad de que la aerolínea extravíe tu equipaje, con lo cual hacerte problema por lo que contenga o no, no tiene demasiado sentido.

Pero bueno, dada la circulación e insistencia de producir y consumir este tipo de notas, debe haber gente que las necesita, que precisa que le digan que la valija tiene que tener el tamaño adecuado a la cantidad de días y a las necesidades del viaje. Porque claro hay quien elige un destino playero pero, así y todo, empaca un tapado o un gamulán. No, amigos: destino de verano, ropa de verano; destino de invierno… bueh. Las prendas deben ser lo más funcionales posibles, colores neutros preferentemente. Ese vestido que te vas a llevar por las dudas, no va. Y no me refiero solo al vestidito, el pantalóncito, el sweatercito o lo que sea, es el “por las dudas” lo que no va. La balanza de la aerolínea se alimenta del por las dudas, se nutre de la inseguridad del viajero. No, si tengo que volver atrás para explicar cuáles son los colores neutros, se pudre todo. Importante, no te olvides ni las medias ni los calzones. Y la vestimenta fundamental es lo que primero entra en la valija: la malla, los guantes, las ojotas, la bufanda, porque es lo más fácil de olvidar. ¿La ropa de running? Caradura, ¡no corres ni el colectivo en Buenos Aires y vas a arrancar con el deporte en las vacaciones! ¡Pero por favor!

El calzado parece ser otra cuestión que preocupa y mucho. Yo diría que lo más preocupante sería que terminen como algún europeo, norteamericano o mi colega periodista y amigo Jorge, calzando sandalias con medias o, lo que es peor, ojotas con medias. Y acá va mi consejo al respecto: antes que eso, descalzos o la muerte misma. Sí, ya sé que alguno de ustedes lo está pensando y le digo que no: si hace frío, zapato cerrado y se acabó la discusión. Por supuesto, cada calzado va en una bolsita para no ensuciar la ropa. ¡Casi no lo digo de tan obvio que parece!

Los líquidos, cremas, perfumes, etc, conviene ponerlos en bolsas y separados del resto. El 99% de los envases es como las mascotas, se dan cuanta cuando te estás yendo. Y la ley de Murphy en estos casos aplica 100%: si no lo metiste en una bolista, se va abrir y ensuciar hasta lo que no llevás.

A la hora de acomodar todo en la valija, más obviedades: lo pesado debajo, lo liviano arriba; aprovechar el espacio interior del calzado para guardar cosas; comprimir todo lo que se pueda comprimir, hacer rollitos con las prendas o embolsar al vacío (el sistema bolsa y aspiradora para sacarle el aire funciona de maravillas). El tema es aprovechar el espacio que nunca será suficiente. Si no saben cómo, consultan el tutorial de Antonini W. en youtube que lo explica al detalle.

Ah, la ropa va a llegar arrugada. Pero no se preocupen, en la actualidad todos los hoteles tienen plancha en la habitación o, en el peor de los casos, una para prestar.

Importante, que digo importante, importantísimo (casi tanto como asegurarse de llevar al aeropuerto pasaporte, visa –si corresponde- y el ticket del aéreo, es no olvidar los cargadores de todos nuestros equipos electrónicos. Hoy día no se concibe un viaje sin ellos y no es grato tener que comprar de urgencia y destinar a este menester dinero que estaba asignado al placer. Enrollar los cables y ubicar los accesorios entre la ropa para que no se dañen puede ser una buena opción.

Bueno, al final terminé dando algunos consejos que, como diría mi abuela Marta, nunca estarán de más. Sin embargo, déjenme despedirme con una certeza que descubrí a partir de mis propios viajes y los miles de kilómetros recorridos: “La valija nunca estará perfecta. Siempre, indefectiblemente, pecará por escasez o abundancia”. ¡Hasta la próxima!

 

Ike Milano

Texto: @testergourmet   /  Fotos: Ike Milano

Sábado 21 hs. es una cita. Pero no una cualquiera, es una cita con la gastronomía italiana. Y es que cuando el origen de la comida es español o italiano, como en este caso, uno lo siente distinto. Es como que se prepara de una forma especial, como si supiera de qué se está hablando. Y uno sabe. Y por eso también se vuelve más exigente, porque quiérase o no casi todos los argentinos hemos tenido la chance de saborear recetas de abuelas, tías, madres, cuando no de sus pares masculinos, originarios de Calabria, Sicilia, Toscana, Lombardía o alguna de las regiones de las que emigraron muchos de nuestros antepasados. Continuar leyendo “Ike Milano”

La propuesta.

Me vino con la idea de un trío. La verdad que me descolocó un poco. No porque me haga el pacato, pero a esta altura de mi vida compartir mi mujer con otro no me causa nada de gracia. Si fuera con una mina, ni lo pienso, agarro viaje de una; pero con un chabón… Obvio que no se lo dije porque le hubiera dado argumentos para apurar la decisión. De hecho, me preguntó y yo le dije que era lo mismo, que el tema pasaba por no compartirla con nadie. No me creyó, pero yo me mantuve firme. Bah, más o menos firme, porque insistió y me preguntó qué onda si era un conocido. Para mí, peor: ¿compartir mi mujer y encima con un conocido? ¡Y qué se yo de dónde sacó la idea! El tema es que quiere que le responda hoy y la sensación es que si no accedo, va a buscar por otro lado. No sé, me la puso complicada. Continuar leyendo “La propuesta.”