Jamaica, donde sentirse bien es ley.

Jamaica: sol, playas, cascadas y todos los condimentos para disfrutar de esta isla caribeña considerada la capital del reggae.

Inevitablemente, pensar en Jamaica me trasladaba a la cuna del reggae. Es cierto, también me remitía a Usain Bolt que me recuerda mi pasado en el atletismo, mucho más modesto que el de la megaestrella de los 100 metros llanos por supuesto. Después, inmediatamente después, al Caribe, ese mar que deleita y deslumbra en cada arena que se posa. Podría asegurar que hasta ahí llegaba mi escaso conocimiento de esta isla, que casi se asemejaba al de miles de cruceristas que suelen desembarcar fugazmente en esas tierras.

Afortunadamente, pude tener una estadía un poco más prolongada para profundizar mi amor por su música y sumarle el descubrimiento de la cultura, historia y atractivos turísticos que justifican sin dudas la visita a este país.

Montego Bay y el Iberostar

Arribamos a Montego Bay provenientes de Miami. El viaje fue un tanto largo pero las expectativas eran muchas, así que una vez allí y recibidos por un cartel que invitaba a una cerveza apuntando que hacía mucho calor fuera del aeropuerto, nos distendimos y enfilamos directamente para el hotel.

Nos esperaba el Iberostar Grand Rose Hall, ubicado a tan sólo 10 minutos del aeropuerto, que debe su nombre a una mansión (Rose Hall Great House) cuya interesante historia conoceríamos más avanzado el viaje. El trayecto apenas dio tiempo para observar el paisaje e informarnos un poco acerca de Montego Bay y descubrir que la dominación de la isla, primero española y después inglesa, ha hecho de las suyas y Montego Bay es el resultado de la “traducción fonética” de Bahía de la Manteca, ya que desde su puerto antiguamente se exportaba manteca de jabalí. MoBay, como le dicen los locales, está situada en la costa noroeste de Jamaica y es la segunda ciudad más grande del país. Es considerada la capital del turismo por su fascinante riqueza histórica, sus hermosas playas de aguas turquesas (Doctors Cave Beach, Cornwall Beach, Walter Fletcher Beach, y Dead End Beach) y sus posibilidades de entretenimiento.

El Iberostar Grand Rose Hall además de ser sólo para adultos, es el más exclusivo del complejo de tres hoteles que la firma española tiene en Montego Bay, ubicado sobre la playa y con servicios all inclusive para garantizar una estadía inolvidable.

Rápidamente y aprovechando el cansancio del viaje, nos apuramos a almorzar en el buffet y de ahí directo a la playa, a disfrutar del mar que seduce con tan sólo tocarlo y no sentir escalofríos. Por supuesto, las opciones eran varias: asolearse saboreando un buen trago o cerveza, tomar un baño o hacer uso de los kayacs, tablas de windsurf o catamaranes. Optamos por la primera opción, claro.

La otra particularidad de Jamaica, debemos decirlo, es el consumo de marihuana. Para empezar hay que detallar que “no es legal, pero verán gente fumando al lado de la policía sin problemas”, nos detallaron textualmente. Así podemos decir que la venta está pseudo permitida, aunque no en los límites del hotel. Por eso es común ver siempre a los extremos de la playa a los vendedores haciendo señas para que uno se acerque o, lo más simpático, en un barquito navegando a unos metros de la orilla y ofreciendo su mercancía.

Rose Hall Great House

A escasos minutos del hotel, se encuentra el White Witch Golf Course, donde los amantes de este deporte pueden despuntar el vicio. El mismo está ubicado en lo que fueran las plantaciones de la Rose Hall Great House, una antigua propiedad que vale la pena visitar para remontarse a su lúgubre pasado o para poner a prueba los temores durante la visita nocturna.

La historia de esta particular mansión de estilo georgiano se enmarca en el siglo XVIII. En aquella época Jamaica estaba poblada fundamentalmente por esclavos traídos de Africa, que trabajaban en las más de 700 mansiones inglesas que se dedicaban al cultivo de la caña de azúcar. Una de ellas fue construida por Arthur Ash como un obsequio para su esposa Rose, a quien debe el nombre la propiedad. A los dos años la mujer enviuda, casándose tres veces más. Su último marido, John Palmer, reformó y amplió la mansión de forma singular entre 1770 y 1780: con 365 ventanas representando cada día del año, 52 puertas por cada semana y 12 habitaciones, una por cada mes. A la muerte de ambos, la casa es heredada por un sobrino nieto llamado también John Palmer, y es con él cuando se inicia la truculenta historia de sangre y horror de Rose Hall.

En 1820 John Palmer decide casarse con una joven y bella inglesa llamada Annie Mae Patterson, conocida por sus propios esclavos como la “White Witch of Rose Hall” (la Bruja Blanca de Rose Hall). El apodo se justificaba en sus habilidades para la tortura y en su necesidad de sangre, resultado de las enseñanzas recibidas por la Mambo o sacerdotisa vudú que la cuidara en Haití cuando, con tan sólo 11 años de edad, quedó huérfana. Por aquél entonces, la plantación tenía 300 hectáreas y más de 2.000 esclavos a su servicio. Ann satisfizo sus deseos de sangre y sus apetitos sexuales con los esclavos, al tiempo que se iba deshaciendo de sus maridos. Fueron tres en total y murieron todos de “fiebre amarilla” según el reporte médico, aunque la realidad indicara envenenamiento, apuñalamiento y estrangulación, respectivamente para cada uno de ellos. Hoy, como entonces, a cada cual le corresponde una habitación en la gran mansión.

La visita diurna permite apreciar la belleza de aquella mansión y hacerse una idea de cómo se vivía en aquella época. Incluso también, asomarse al balcón del cual aseguran que Ann fue empujada por alguno de sus esclavos, ocasionándole la muerte.

Ocho ríos y Nine Mile

En Ocho Ríos la fonética otra vez hizo de las suyas. Al parecer pronunciar “chorreras”, la palabra utilizada por los españoles para referirse a las cascadas del río Dunn, derivó en el nombre de la región.

Esos famosos saltos tienen un pasado cinematográfico en la película “El satánico Dr. No” (1962), perteneciente a la saga del Superagente 007. En la misma, Honey Ryder, la primera chica Bond, personificada por una despampanante Ursula Andrews, mojaba sus piernas en las aguas que descienden desde aproximadamente 180 metros de altura. Lo que en la película se muestra como un lugar idílico y propicio para el romance, hoy es un circuito lleno de turistas que arriban para remontar la cascada entre las piedras, en una visita que dura tantas veces como uno quiera repetir la experiencia.

Pero la historia de James Bond por Jamaica no termina ahí, porque existe hasta una playa con ese nombre y aquí se encontraba la finca Goldeneye (hoy convertida en resort), propiedad de Ian Fleming, creador de la saga.

Pero si hay algo que para un amante del reggae es significativo, es la visita a Nine Mile. Se trata del pequeño poblado donde se encuentra la casa en que Bob Marley transcurrió sus primeros años de vida (se sabe que su carrera musical se desarrolló en Kingston), y su nombre se debe a la distancia que lo separa de la carretera principal.

Ubicado a 1:30 hs de la ciudad de Ocho Ríos, el camino de montaña con curvas y contracurvas que atraviesa tanto pequeños poblados como zonas de frondosa vegetación, ya es toda una aventura.

El hogar de Bob Marley es hoy un museo que contiene recuerdos, fotos, discos de oro, pertenencias de la familia y lo más importante, el mausoleo del célebre artista. La visita es pintoresca por donde se la mire. Una banda tocando algunos hits permite recrearse y disfrutar de la música en vivo; quien lo desee puede comprar un “porro” y “conectarse con el supremo” (como auguran todos los seguidores del movimiento espiritual rastafari); hay un puesto de comidas que asegura la ingesta para el “bajón”; y los guías, totalmente “fumados” y con los ojos vidriosos, acompañan durante el recorrido y posterior ascenso hacia donde se encuentra el mausoleo de Bob. Allí no hay mucho (en realidad sí, lo más importante), la habitación donde dormía Marley, la famosa piedra-almohada de la canción “Talking Blues” y las tumbas de él y su madre, en las cuales no se puede “entrar con zapatos, sacar fotos o fumar tabaco, sólo marihuana” por tratarse de un lugar sagrado, como asegura el guía.

Obviamente, el merchandising abunda en Nine Mile y uno puede adquirir todo tipo de productos, incluyendo discos de vinilo y las afamadas salsas picantes de la mamá del gran Robert Nesta Marley Booker (Bob Marley), Cedella Marley Booker´s.

Si uno siente el espíritu del reggae en toda la isla, en Nine Mile es aún mayor. Es posible que sea un tema subjetivo, pero es sumamente gratificante recorrer el lugar y no es difícil imbuirse del espíritu de amor, paz e igualdad contenido en la “prédica” de Marley y los rastafarian: “One love! One heart! Let’s get together and feel all right”

Movimiento Rastafari: Los Rastafaris consideran a Haile Selassie I, emperador de EtiopÌa, como la reencarnación de Jah (Dios) y Zion (EtiopÌa) es la tierra prometida, por ser el único país africano que no cayó bajo dominación europea. Quienes profesan este culto llevan los famosos dreadlocks en el cabello, son vegetarianos y fuman marihuana con un fin ritual que es conectarse con Dios.

Sumfest y otras perlitas

Los amantes del reggae encontrarán en el Sumfest (se realiza en julio), el festival más importante del mundo, una excusa perfecta para visitar la isla, pero la verdad es que hay más razones. Una de ellas nos la habían recomendado especialmente y nos quedó afuera por razones climáticas: la Laguna Luminosa. Se trata de una laguna habitada por microorganismos que brillan con el movimiento del agua. Nadar por la noche en esas aguas es una experiencia magnifica, aseguran. Lamentablemente (como nos pasó) el mal clima y la lluvia atentan contra este fenómeno natural.

La comida es otro punto fuerte de Jamaica. Resultado de la mixtura de influencias culturales -española, china, hindú, africana, europea y del medio oriente–, sus platos se distinguen por la diversidad de ingredientes, especias, aromas y sabores. El plato nacional es el Ackee y bacalao, que combina el “fruto de la liberación” (Ackee), que recibe ese nombre porque los ingleses lo comían como una pera sin saber que es tóxico y debe madurar y abrirse para liberar sus toxinas.

El bacalao también tiene su historia y es que llegaba en el siglo XVIII desde la isla de Terranova para ser cambiado por ron y fue así como se hizo lugar dentro de la gastronomía de Jamaica.

Por supuesto, las bebidas ocupan un lugar destacado no sólo dentro del país, sino también en el exterior. El ron jamaiquino Appleston Estate, así como el café Blue mountain que nace en montañas de 2.000 metros y con unas condiciones que garantizan un sabor único e inconfundible, se han ganado fama mundial

Me quedó mucho por ver en Jamaica, también el deseo de seguir disfrutando sus magníficas playas, la gastronomía y el reggae, así como conocer más de la cultura rastafari (tal vez hasta visitar una comunidad, algo no tan fácil pero sí posible) y entender que con amor todo es factible y mejor, hasta sentirse bien en esta encantadora isla.

2 Replies to “Jamaica, donde sentirse bien es ley.”

    1. Francisco, te soy absolutamente sincero: no tuve oportunidad de conocer mucho. El día que fuimos a Montego diluvió y no pudimos ni siquiera bajar del auto. Por lo demás, las playas suelen ser las de los resorts. Y el Caribe es el Caribe!

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